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viernes, 12 de octubre de 2012

Demônio fala sobre o inferno e sobre quem já está lá

No hay llantos....


Tener el Espíritu de Dios significa tener el Mismo Espíritu que el Señor Jesús.
Si alguien desea saber realmente si tiene o no el Espíritu Santo, basta mirarse en el Espejo del Evangelio, esto es, en la vida de Jesús y de Sus discípulos.
Por ejemplo, ¿usted encuentra en el Nuevo Testamento, especialmente después del descenso del Espíritu Santo, a algún siervo de Dios reclamando, lamentándose o lloriqueando por su situación, sus problemas personales, su vida sentimental, familiar o incluso económica?
¡Lo dudo!
Solamente los eludidos o engañados por los espíritus engañadores viven lamentándose de la mala calidad de vida.
El recibimiento del Espíritu Santo no significa inmunidad de problemas.
Jesús avisó: “Estas cosas os he hablado para que en Mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, Yo he vencido al mundo.” Juan 16:33
Quiere decir, aún siendo nacido y lleno del Espíritu Santo, Jesús y Sus verdaderos discípulos tuvieron que enfrentar enormes problemas… Pero ellos los vencían día tras día.
Yo no logro ver a ninguno de ellos murmurando o reclamando con los otros sobre sus problemas personales.
El recibimiento del Espíritu Santo da las condiciones de vencer al mundo y no de vivir en un mar de rosas.
Quien fue sellado con el Espíritu de Dios tiene fuerza, poder, vigor espiritual para resistir las tentaciones, soportar los tropiezos de la vida y permanecer firme hasta la muerte.
El Espíritu de Dios no viene para darnos el don de lenguas, sino para capacitarnos para enfrentar al infierno, al mundo, a los enemigos de la fe, a los falsos hermanos, a los hipócritas, a las injusticias, a las persecuciones y a todo lo demás sin llantos, reclamos, quejas o lamentos… Y, aún así, continuar firmes hasta la muerte.