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lunes, 8 de abril de 2013

El mismo lugar, el mismo espíritu, la misma fe




¿Qué favoreció el derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés?
Todos estaban bajo el mismo techo y sentados, como si estuviesen esperando ser servidos.
Sin ansiedad, todos esperaban.
La paciencia, la educación y el caballerismo caracterizaban aquel ambiente de fe. Aunque tuviesen acceso a la tecnología actual (teléfono móvil), nadie hubiera osado llevarlo a aquel Lugar de Fe.
Todos en el mismo lugar. Todos disfrutando los mismos pensamientos. Todos unidos.
¿Se acuerda de la visión de David?
“¡Oh! ¡Cómo es bueno y agradable que vivan unidos los hermanos!” Salmo 133:1
Todos en el mismo lugar significa comunión, unidad de pensamientos.
Nadie pensaba en sí mismo ni en sus propios intereses;
Al final, solo estaban allí por una razón: aguardando la Promesa del Señor Jesús.
La “tierra” estaba lista para recibir la Divina Semilla.
Las piedras, el arbusto, las hormigas y todo lo demás que impedía el desarrollo de la Semilla en aquella tierra ya había sido removida.
La sinceridad, el arrepentimiento, la humildad, además de la fe, neutralizaban toda y cualquier investida maligna.
Todo cooperaba para el derramamiento del Espíritu de Jesús.
De repente, vino del cielo Un sonido.
Un sonido como de un viento impetuoso.
Llenó toda la casa en la que estaban sentados.
Seguramente nadie esperaba hablar en otras lenguas.
Ni imaginaban eso.
Pero fue lo que sucedió.
Inesperadamente, sucedió como una señal del cumplimiento de la Promesa.
Eso ocurrió porque todos estaban en el mismo lugar y el mismo espíritu y en la misma fe; entonces, todos quedaron llenos del Espíritu Santo;
Y todos comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía que hablasen. Hechos 2:4

Extraido del Blog obispo macedo 
http://www.bispomacedo.com.br/es/2013/04/07/el-mismo-lugar-el-mismo-espiritu-la-misma-fe/

miércoles, 3 de abril de 2013

Barbas en Remojo (BLOG - obispomacedo)


 

¡Buenas tardes, obispo!
Lamentablemente ya sentí el dolor de la separación de no tener al señor Jesús. Desde pequeña iba a la IURD. Comencé en la Escuelita, hasta llegar a ser cabeza de tribu en el Grupo Joven y candidata a obrera. Tenía unos 16 a 17 años. De repente, un muchacho del mundo, de 24 años, se interesó por mí. Fue cuando caí en la tontería de pensar que yo podría llevarlo a la iglesia. Cuando me di cuenta, yo estaba fuera de la iglesia y sin fuerzas para volver.
Trece años pasaron en mi vida intentando volver al Señor, y fueron los peores años de mi vida. Intenté suicidarme y tuve síndrome de pánico. Estaba rodeada de hombres pero no sentía nada por ninguno de ellos. Fumaba, bebía. Mi vida era un infierno. Fue cuando escuché sobre la Noche de la Salvación, en la radio, con el obispo Jadson.
Ya sin fuerzas para nada, pidiendo solo morir, fui hasta João Dias en San Pablo. Aquel día todo cambió. Logré percibir que el Señor Jesús me oía, porque había intentado, varias veces, ir a otras iglesias, pero en ninguna sentía nada. Sabía que debía volver a la Universal, pero no había ninguna fuerza en mí. Tenía la certeza absoluta de que allí estaba la transformación para mi vida. Por creer en un Dios grandioso y misericordioso, logré volver la 2da. Noche de la Salvación. No lo pensé dos veces. Me entregué, me bauticé, estoy bautizada en el Espíritu Santo, y todo fue cambiando en mi vida. Una nueva historia está siendo escrita. Me voy a casar. Gané a mi familia para el Señor. Estoy casi abriendo mi empresa. Todo eso en menos de un año de entrega y fidelidad total a mi Dios. Hoy me faltan palabras para expresar tamaña gratitud hacia el Señor. Hoy, todos ven en mi vida quién fui y quién soy: feliz, realizada y principalmente con el Espíritu del Señor. Pero no voy a detenerme, porque quiero mucho, mucho más de mi Señor. Su nombre será siempre glorificado en mi vida.
Dejo por escrito lo que sucedió en mi vida para que las personas que están firmes en el Señor nunca dejen una brecha para que el mal actúe. Y para que las que no lo están no pierdan tiempo con un mundo de mentiras y engaño, y se vuelvan hacia el Señor Jesús.
Luzia Mafra.
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¡Hola obispo!
Me gustaría contarle a usted, a los obreros y a todos mi historia. Fui obrero aquí en Minas Gerais durante seis años, y siempre busqué ser lo mejor para Jesús. Cuidaba al pueblo, hacía un núcleo, evangelizaba, en fin, vivía una vida consagrada a Dios y de dedicación a Su Obra. Llegué a comenzar a hacer un preiburd, pues tenía la certeza de mi llamado. Todo iba bien. Estaba en el auge de mi vida espiritual, hasta que conocí a una mujer, obrera, y nos pusimos de novios. Ella decía que quería ir hacia el Altar también. Un día, me hizo tomar una decisión que cambiaría negativamente mi vida. Quería que escogiese entre ella y el Altar. Yo, lamentablemente, terminé escogiéndola a ella.
Nunca me olvido del día en que conversé con el pastor y le dije que no quería hacer más la Obra en el Altar. En el momento en que dije eso, parecía que yo mismo me había clavado un puñal en el corazón. Fue a partir de allí mi caída.
El tiempo pasó y nos casamos. Comencé a vivir un “infierno”. Ella ya no quería participar más de las reuniones de obreros. Yo al principio me negué, discutí con ella, pero terminé cediendo. Me fui enfriando. Terminé por dejar de mirar hacia las almas y miré hacia mí, a mi vida económica. Hice votos y más votos por mi vida económica. No oraba más como antes, no ayunaba más, no evangelizaba más, solos quería saber de vida económica.
Frustrado porque no veía que sucediera nada, comencé a culpar a Dios porque mi vida no cambiaba, y como ella no quería ir más a la iglesia, terminé acompañándola ¡y me fui!
Obispo, mi vida fue una verdadera desgracia. Comenzaron las peleas en el matrimonio, nos agredíamos hasta físicamente. Ella vivía deprimida y siempre echándome en cara que yo no hacía nada bien. Yo estaba tan mal que me golpeaba, me mordía. Pensé incluso en el suicidio, porque no lograba hacerla feliz.
Todo el amor que yo tenía por Dios se lo transferí a ella. Por eso mi vida se transformó en un caos. Vivíamos en casa como hermanos, cada uno en su rincón. Teníamos peleas constantes. Durante el matrimonio me prostituí en páginas pornográficas, chats, webcam, todo para intentar llenar el agujero que se hizo dentro de mí desde que perdí el Espíritu Santo. Me aparté de mi familia por causa de ella, porque a ella no le gustaba mi madre. Le tenía rabia. Siendo que mi madre nunca le había hecho nada.
Fuimos a otras denominaciones para intentar llenar el vacío, pero no sirvió de nada, solo empeoró la situación. Estábamos en otras iglesias con la vida peor que quien está en el mundo. Sé que todo lo que sucedió conmigo fue exclusivamente por mi culpa. El diablo se aprovechó de que yo ya estaba lejos de Dios y actuó.

Una noche, acostado con ella en la cama, ya durmiendo, sentí de repente una presión muy fuerte encima, de tal forma que no lograba moverme. Quería avisar a mi esposa lo que estaba pasando, pero no lograba moverme, estaba totalmente paralizado y comencé a sentir  como si alguien me estuviese estrangulando. Yo iba a morir. En ese momento, Le pedí a Dios tres veces que Él me ayudase, y recuperé mis movimientos. La sensación de estrangulamiento cesó. Entonces me di cuenta que fue el diablo que había intentado matarme, pero Dios me libró. Era para que estuviera muerto y en el infierno.
Cansado de tanto sufrir, le pedí al separación e hicimos un acuerdo. Le confieso que en seguida que me separé de ella parecía que me habían sacado una venda de los ojos, y comencé a sentir falta de la época de obrero, de las almas que un día Dios me había usado para cuidar.
Sentí una necesidad enorme de volver hacia Jesús. Volví el 23 de setiembre del año pasado, el día del voto de la DIFERENCIA. Ya ese día me bauticé en las aguas, y poco tiempo después fui renovado con el Espíritu Santo.
Hoy, obispo, soy otro Tiago. Diferente. Con más amor por las almas y con más disposición para hacer la voluntad de Dios. Todavía no soy obrero pero pronto lo seré. Agradezco a Dios todos los días por haberme traído de regreso.
A los señores obreros NO DEJEN, NO ABANDONEN A ESE DIOS POR NADA EN ESTE MUNDO, MUCHO MENOS POR UNA MUJER O UN MARIDO. NO HAGAN COMO UN DÍA YO HICE. VOLVÍ POR LA MISERICORDIA DE DIOS. ÉL ME TRAJO DE REGRESO. ESTOY AGRADECIDO A ÉL. MIENTRAS VIVA CADA MIEMBRO DE MI CUERPO SERÁ PARA HACER SU VOLUNTAD. ¡HOY TENGO LA CERTEZA DE MI SALVACIÓN!
¡¡¡DIOS LOS BENDIGA!!!
Tiago Moreira.

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viernes, 12 de octubre de 2012

Demônio fala sobre o inferno e sobre quem já está lá

No hay llantos....


Tener el Espíritu de Dios significa tener el Mismo Espíritu que el Señor Jesús.
Si alguien desea saber realmente si tiene o no el Espíritu Santo, basta mirarse en el Espejo del Evangelio, esto es, en la vida de Jesús y de Sus discípulos.
Por ejemplo, ¿usted encuentra en el Nuevo Testamento, especialmente después del descenso del Espíritu Santo, a algún siervo de Dios reclamando, lamentándose o lloriqueando por su situación, sus problemas personales, su vida sentimental, familiar o incluso económica?
¡Lo dudo!
Solamente los eludidos o engañados por los espíritus engañadores viven lamentándose de la mala calidad de vida.
El recibimiento del Espíritu Santo no significa inmunidad de problemas.
Jesús avisó: “Estas cosas os he hablado para que en Mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, Yo he vencido al mundo.” Juan 16:33
Quiere decir, aún siendo nacido y lleno del Espíritu Santo, Jesús y Sus verdaderos discípulos tuvieron que enfrentar enormes problemas… Pero ellos los vencían día tras día.
Yo no logro ver a ninguno de ellos murmurando o reclamando con los otros sobre sus problemas personales.
El recibimiento del Espíritu Santo da las condiciones de vencer al mundo y no de vivir en un mar de rosas.
Quien fue sellado con el Espíritu de Dios tiene fuerza, poder, vigor espiritual para resistir las tentaciones, soportar los tropiezos de la vida y permanecer firme hasta la muerte.
El Espíritu de Dios no viene para darnos el don de lenguas, sino para capacitarnos para enfrentar al infierno, al mundo, a los enemigos de la fe, a los falsos hermanos, a los hipócritas, a las injusticias, a las persecuciones y a todo lo demás sin llantos, reclamos, quejas o lamentos… Y, aún así, continuar firmes hasta la muerte.